¿A la Copa Argentina le incomoda el ascenso?

Según informó el sitio Doble Amarilla, en la última y más reciente reunión de Comité Ejecutivo de la Superliga, se planteó la posibilidad de buscar y desarrollar una modificación en el formato de competencia de la Copa Argentina. Los clubes de ascenso tendrían menos participación en instancias finales y las llaves pasarían a ser de ida y vuelta. De ser así, ¿hacia qué lado se inclinaría la balanza? 

Por Juan Pablo Francia.

La Copa Argentina tuvo sus primeros y fallidos intentos en 1969 y 1970. En 2011, 41 años después, la Asociación del Fútbol Argentino la relanzó con la intención de poseer y establecer un estilo de torneo que es tradicional en las principales ligas del mundo futbolístico, pero que acá, en Argentina, nunca había prosperado. ¿Cuál es el espíritu deportivo de este tipo de certámenes? Abrir una puerta a todos los clubes que componen el fútbol del país y generar oportunidades que, de otra forma, no serían posibles. Un club del Torneo Federal A, de Primera B Metropolitana o, por qué no, de Primera C, con el sueño lejano pero latente de clasificar a la Copa Libertadores de América y escribir la mejor página de su historia.

En la presente temporada, de los dieciséis clubes clasificados a octavos de final de la Copa, seis pertenecen a categorías de ascenso. Sarmiento de Resistencia, el equipo chaqueño del Federal A que se hizo protagonista en medios deportivos por eliminar a Racing de Avellaneda y Unión de Santa Fe, se convirtió en el último y mejor exponente de una tendencia que en esta, la séptima edición de la Copa que designa al mejor equipo del país desde su reinstauración, quedó definitivamente de manifiesta. Los del ascenso también pueden. Pero si el Aurirrojo hubiese tenido que definir las series de 32avos. y 16avos. de final mediante partidos de ida y vuelta, ¿cuán afectadas se hubiesen visto sus probabilidades?

La FA Cup de Inglaterra, el torneo más antiguo del fútbol, propone algo similar a lo que persiguen los dirigentes de la Superliga, aunque con algunas diferencias que, a fin de cuentas, resultan sustanciales. Allí, todos los cruces se resuelven mediante eliminación directa, y los que derivan en empates son llevados a un replay; es decir, un desquite.

En Puerto Madero, donde se llevó a cabo la última reunión de Comité Ejecutivo, los directivos de Primera División propusieron que la Copa Argentina adoptara la metodología de partido y revancha, aunque sin especificar criterios. Y de concretarse, esto significaría un innegable paso hacia atrás en la equiparación de condiciones para los clubes de ascenso, los cuales mantienen una distancia futbolística y económica ineludible respecto de los de la máxima categoría. Y si a esto se le sumara la continuidad de las sedes neutrales, las cuales obligan a muchos equipos a recorrer distancias, en ocasiones, injustificables, la balanza comenzaría a dejar en claro qué sector pesa más.

Aunque los flashes suelan ir con los clubes de Primera, el ascenso fue y es, sin dudas, animador fundamental de estas siete versiones de la Copa desde su regreso. Huracán de Parque Patricios, en la temporada 2013-14, superó en la final a Rosario Central, por penales, mientras aún disputaba la B Nacional. Antes, en la primera edición de la era moderna, Deportivo Merlo llegó a semifinales y, después de empatar 1-1 en tiempo reglamentario, cayó en tanda de penales frente a Boca Juniors, que luego sería campeón. Más cerca en el tiempo, en la pasada temporada 2016-17, Deportivo Morón, desde la B Nacional, también alcanzó instancias decisivas: jugó semifinales ante River Plate y fue derrotado 3-0. Y ahora, entre los dieciséis mejores, se encuentran Sarmiento de Resistencia, Central Córdoba de Santiago del Estero, Atlético de Rafaela, Temperley, Almagro y Brown de Adrogué.

Si bien es cierto que los partidos de ida y vuelta, en el caso de que se abandonen las sedes neutrales, generarían la posibilidad de que los clubes de ascenso reciban a los de Primera en sus estadios, también se hace notorio que llevar las llaves a 180 minutos reduciría el margen de posibilidades deportivas para los que menos tienen y más luchan. Y en ese contexto, la pregunta se respondería por sí misma: la balanza se inclinaría, siempre, hacia el lado de los que más pesan.

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