De futbolista a formador. De formador a entrenador. Pero siempre con la misma filosofía, etapa de su vida en la que uno se enfoque: la importancia del potrero, la búsqueda de talento de La Quiaca a Ushuaia, el uso de los propios recursos para afrontar los desafíos y el trabajo duro para hacer desde abajo al jugador. Ese es Sergio Busciglio.
Sergio Busciglio nació el 28 de enero de 1965 en Rosario. En una de las urbes más importantes que tiene la República Argentina no solo vivió su infancia, sino que comenzó a aflorar en él un gran amor por el fútbol. «Rosario era pasión. Era ir a la escuela y hacer una pelota con medias, sacarnos el guardapolvo y jugar con las camisetas. Eran clásicos en la Escuela Ciudad de Rosario en la calle Oroño«, recuerda el protagonista de esta historia en diálogo con Interior Futbolero.
Su desarrollo como futbolista fue más allá del ámbito escolar. Asistió a Juan XXIII; a Renato Cesarini; al Club Provincial y, finalmente, a Rosario Central. Esto último puede resultar algo extraño teniendo en cuenta que él era el único fanático del canalla en una casa dominada por hinchas leprosos. «De chico estaba en un barrio muy de Central. La familia de al lado de casa era fanática, me daban caramelos y me decían ‘vos tenés que ser de central’, me inculcaron esa pasión. Así fue como me hice de Rosario«, expresa, aunque recuerda también que «la rivalidad siempre estuvo, pero antes había más respeto«.
De las inferiores en la academia rosarina pasó a Temperley en 1985, donde debutó como profesional. Luego apareció en su vida, durante seis meses, San Martín de Mendoza. «Quede marcado por la gente», rememora Busciglio. En 1988, con apenas 23 años, armó sus maletas para viajar a Guatemala, donde firmó con Xelajú. «Un club con mucha exigencia, cerca de México y 2300 metros sobre el nivel del mar. Ahí me terminé haciendo hombre, me marcó. Me trae recuerdos enormes«, señala. Tras dos años en los superchivos, realizó una verdadera gira centroamericana por Honduras; El Salvador y Costa Rica, para volver a Sudamérica desempeñándose en Perú, y finalmente retornando a suelo patrio con Talleres de Perico y Unión de Totoras. En este último, para su retiro como deportista.
Sin embargo, jamás se alejó de las canchas. En primera instancia, Miguel Isabella lo llevó a Boca Juniors en la época de Jorge Griffa, para captar talentos en el interior del país. Dicha labor la repitió en Ferro en la temporada 1999/2000, cuando los de Caballito estaban militando en la Primera División. «Un club enorme, tuvimos un éxito terrible en divisiones inferiores«, destaca. Tras el mencionado curso, Jorge Bianco (con quien forjó una amistad en Guatemala y Unión de Totoras) lo lleva a la Academia Duchini, donde por 10 años se dedicó a recorrer todo el país con el mismo objetivo que en el verdolaga y el xeneize. «Los chicos tenían todo ahí, hasta el estudio. Puse a mi mamá para que haga la comida, fue madre de muchos jugadores que estan hoy en Primera«, indica.
De su larga etapa en esa entidad, recuerda la ocasión en que un joven Licha López empezó su formación allí: «La mama llega un día en la bici, habla con Bianco, le dice que tiene a su hijo que vive a dos cuadras. Yo tenía un equipazo, no tenía cabida sin conocerlo. Llega y me dice que juega de 9. Lo probamos de 9 y no le hacía un gol a nadie. Lo tiro de volante, después de 4. Cuando lo hago, veo que tiene una condición técnica bárbara. Un día falta el 2 por lesión, y lo tiro en primera después de un trabajo de tres meses«.
Sin embargo, llegado el momento, quiso incursionar en otros pagos como director técnico de primera: «Después de muchos años me dan la primera de Duchini, que juega un torneo muy competitivo en Villa Constitución. Salimos campeones, ganamos el derecho de jugar el Argentino B. Cuando hablo con Bianco me dicen que no lo quieren jugar. Ahí me dije ‘no, no puede ser, otra vez a la formación. Si me sale una oportunidad de que puedo demostrar que puedo dirigir, me gustaría’. Con el tiempo llegan dirigentes de Villa Dolores a traer jugadores a la academia, me ven trabajar, y me dicen ‘profe, me hablaron bien de usted, ¿No le gustaría agarrar en el Federal B Económicamente le podemos pagar esto’. Ese ‘esto’ era muy superior a lo que ganaba en la academia. Me la jugué y me salió bien. De ahí empieza mi carrera como técnico«.
C0n Villa Dolores, en el Argentino B 2003-04, logró pasar como líder la etapa de grupos, sorteando además la primera etapa eliminatoria con Atlético Policial. Sin embargo, en la segunda cayeron con Atlético Concarán. Tras eso volvió un año más a la Academia Duchini, hasta que su primo Carlos Roldán lo recomendó en Gimnasia y Esgrima de Concepción del Uruguay en 2008. «El club en ese momento estaba para empezar todo. Llevé juveniles de la academia y se armó todo con jugadores locales. Enfrentábamos a Patronato en el Argentino A y la mayoría de los clásicos los ganábamos nosotros. Es impresionante dirigir un clásico en Entre Ríos, la cancha llena«, expresa.
Su siguiente paso fue en Cruz del Sur de Bariloche, al que describe como «un club de Argentino B, pero que vivíamos de primer nivel, en hoteles muy buenos. Ahora hicieron la cancha sobre el Nahuel Huapi, son muy prolijos«. Además, mencionó que «hicimos una gran campaña y después en segunda vuelta nos quedamos sin nafta. Sin refuerzos es difícil«. Por otra parte, hace hincapié en una anécdota en particular: «Un día, el primero en la ciudad, me levanto y había un metro de nieve. No sabía que decirme el ayudante de campo, me dice que cuando es así y no entrenan. Yo le dije que cómo no iban a entrenar, era un Argentino B. Finalmente lo hicimos en un lugar cubierto«.
¿La siguiente parada? En El Linqueño. «Llegamos a los cuartos de final con Alvarado y perdemos. Ahí dirigí a uno de los mejores jugadores del fútbol argentino: Luciano Millares. Lo llevaron a varios clubes, lo querían en España, pero el no quería irse de El Linqueño«, rememora.
Tras eso llega la oportunidad de ser DT en Boca del Río Gallegos: «Me ve Lázaro Báez y Ricardo Suárez, que era la mano derecha de él en el fútbol, para ir a Boca de Río Gallegos. Ni lo dudé. Por las cosas que había, era Primera División. Era un club muy prolijo, los jugadores tenían catering, comían bien, entrenaban doble turno, siempre hubo buena ropa para estar abrigados, tenía lugares de entrenamiento, colectivo doble para jugar. Viajábamos mucho entre Federal B y Copa Argentina, había ocasiones donde partíamos y regresábamos en un mes. Nunca faltó nada, siempre nos pagaron a término. Lázaro era un hombre que veía poco, pero cuando nos llamaba noté que era futbolero, amaba a Boca de Río Gallegos. Me mandaba a buscar a las prácticas porque quería saber que hacíamos, iba a la oficina de él donde me esperaba con el mate, siempre apoyando y nunca metiéndose en el armado del equipo«. De todos modos, indicó: «Después del tercer año en Boca de Río Gallegos ya no era lo mismo, no tenía las mismas aspiraciones«.
En base a esto último es que emprende viaje a un viejo conocido. San Martín de Mendoza, institución que vio a Busciglio como jugador y ahora lo iba a tener como el hombre que comandase a los futbolistas. «Es el equipo más importante que dirigí. El que no jugó o dirigió en ese club realmente no tiene la dimensión de lo que representa. Carlos Bartolucci, me llevó, un compañero que tuve durante mi experiencia como deportista allí. Tenía que dirigir Liga, y después Argentino B, bien de abajo«, menciona. Luego de conquistar la liga sin refuerzo alguno, logran acceder al Federal B 2015, donde tenían «un equipo ganador de la liga, cinco refuerzos de la columna vertebral y una dupla goleadora que arrasaba con todo. Todos pibes jóvenes«. Es así como llegan a la final por el ascenso contra Defensores de Pronunciamiento.
«Metimos 15 mil personas en la cancha. Fue algo terrible ese día. Estaba el abuelo, el papá y el nieto de la mano yendo a la cancha. El ayudante de campo me dice ‘mirá lo que es esto’, porque el vestuario tiene ventanas que dan a la cancha, ves una parte de la gente. Mirábamos y no lo podíamos creer. Salimos y explotó el estadio. Fue el club que más me marcó«, rememora Busciglio. Sin embargo, no pudieron contra los entrerrianos y el ascenso les fue esquivo. «Nos ganaron bien 1-0. Al día de hoy sueño, me levanto y digo que no puede ser que se me haya escapado«.
«La intención mía siempre fue quedarme, pero aparece otra vez Gimnasia de Concepción del Uruguay y económicamente era tres veces más de lo que ganaba. Hable con la dirigencia porque me quería quedar, pero no llegamos a un acuerdo económico hasta una parte donde yo creía que merecía«, da pie Busciglio para hablar de su nueva etapa en el lobo entrerriano que duró seis meses. Sin embargo, reconoce que tendría que haberse quedado y seguir el proceso con el elenco chacarero: «Siento que no era mi momento, mi representante me lo decía. Pude solo llevar dos refuerzos, era un equipo ya armado y con gente grande. Comenzamos ganando, una campaña muy buena, pero después hay una diferencia con Leguizamón, jugador importante del club. Lo saqué en un partido y no aceptó eso. No nos pusimos de acuerdo y renuncie al club que sigo amando. No sé quien tenía la culpa, si el o yo, pero pasan estas cosas en el fútbol«.
Después de esa tormenta, sin embargo, salió el sol para Busciglio. «Aparece la posibilidad de volver a Mendoza, a un grande, Huracán de San Rafael. Equipo más grande del sur de la provincia. Prácticamente estaba descendido a falta de 6 partidos, pero los salvé del descenso, encontré una dirigencia muy buena«, expresa. En el Federal B 2017, el último que disputó antes de la fusión con el Federal C para conformar el Regional Amateur, logra formar un equipo que alcanza las semifinales. Sin embargo, comenta que ahí descubrió otro aspecto del certamen: «Me di cuenta lo peligroso que es llegar hasta ahí sin tener la espalda en AFA, cuando perdemos con Peñarol de San Juan. En nuestra cancha le ganamos 2-1 y nos anulan un gol insólito, ahí pasábamos a la final con Camioneros, iba a ser difícil. Llegamos a cancha repleta y perdemos esa semifinal, pasó algo muy raro ahí en esa cancha«.
El anteúltimo capítulo, por el momento, nace a raíz de ese acontecimiento. «Con esa angustia de no haber ascendido sigo en Huracán, y me llama un equipo de la ciudad que también se estaba por ir al descenso: Las Paredes, club histórico de San Rafael. Mi hijo me da una mano como jugador y los salvamos del descenso. Te puedo asegurar que el agasajo que tengo en ese club es increíble«.
Luego de ese breve paso, llega al puesto que ostenta en la actualidad. «Me llama Jorge Paganucci, presidente de Autocredito, y habla con la gente de Gimasia y Tiro de Salta para que tome la coordinacón general de un club gigante como es ese. Salimos campeones en todas las divisiones acá de Salta, hasta que me vuelvo por la pandemia a Mendoza. De regreso en Salta, me llaman para dirigir la Primera Local, que es lo mejor que tiene Gimnasia para el futuro«.
Con una trayectoria de más de 20 años, y un recorrido exhaustivo de nuestra Argentina, Busciglio menciona que «cada provincia tiene su forma de vivir, un folclore futbolístico diferente. En Salta la gente es apasionada al 100%, lo que pasa es que el jugador está lejos de Buenos Aires y, cuando llega a una edad donde ve que no tiene las mismas posibilidades que en Buenos Aires, empieza a jugar en torneos barriales. No así en Santa Fe y Córdoba. Griffa fue un adelantando, poniendo una pensión en Newell’s, porque al del Norte le queda más cerca Rosario. Empezás a ver que el santiagueño tiene una forma distinta, la mayoría son habilidosos. Muchos goleadores son de ahí. En Catamarca eran buenos con pelota parada, como en Río Gallegos. En Entre Ríos el jugador es más de entrenar, porque está más cerca de Buenos Aires. Entre más te alejás de Buenos Aires, más cuesta profesionalizar. El jugador del norte está acostumbrado a un ritmo, camina despacio. El jugador sureño, es más arraigado, extraña a la familia, Me ha pasado de traer un jugador distinto y al hermano que no lo era tanto, o los padres, para que lo acompañen en el primer proceso. También está el tema de la alimentación. En Catamarca jugábamos un partido y los jugadores querían comer locro«.
Como reflexión final, cuenta: «Muchos no saben la pobreza que pasa a veces un papá o una mamá. Hacen empanadas para sacar pasajes porque un coordinador les dice que su hijo puede tener una posibilidad, y venden empanadas en el pueblo. Le cuesta mucho a un jugador del interior, y algunos técnicos eso no lo ven. Se pierden los Griffa o los Griguol«.