En tiempos de aislamiento social, preventivo y obligatorio, y frente a innumerables adversidades impuestas por la coyuntura, sale a relucir y expresarse el más válido argumento en un debate tan antiguo como todavía presente: ¿clubes sociales o sociedades deportivas? La respuesta, una vez más, le pone el pecho a las necesidades y, en estos momentos, toma forma de ollas populares, salas de terapia, comedores comunitarios, campañas de recolección, concientización y donación. Los clubes lo saben: de la gente vienen y a la gente vuelven. Como siempre, pero hoy más. ¿Qué hay detrás del fútbol en pausa y la aparente inactividad en las instituciones?
Por Juan Pablo Francia.
“Sociedad fundada por un grupo de personas con intereses comunes y dedicada a actividades de distinta especie, principalmente recreativas, deportivas o culturales”. Esa es, según la Real Academia Española, la definición de club. Y ese mismo concepto, en época de pandemia, bien puede verse resignificado y potenciado. Desde el 19 de marzo, cuando Alberto Fernández anunció el comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio, los clubes acataron la medida, pero jamás cerraron sus puertas. La Asociación del Fútbol Argentino determinó la cancelación de las temporadas en cada una de sus divisionales, los planteles profesionales entraron en receso forzoso, la pelota quedó quieta y el fútbol, a un costado. Sin embargo, los clubes, que aunque vivan de los goles no existen sólo por ellos, nunca se alejaron de lo que siempre fueron ni, bajo ninguna circunstancia, podrían dejar de ser: entidades sociales. Se cierran las canchas de fútbol, sí; pero no la segunda casa de muchos y muchas. Entonces, sin actividad futbolística ni ocupación o preocupación por triunfos, derrotas o empates, ¿cuál es el torneo que disputan los clubes durante la cuarentena?
De acuerdo a un estudio publicado por FIFA, a fines de 2019, la Argentina es el tercer país con más clubes profesionales de fútbol en el mundo. En aquel momento, entre Primera División, Primera Nacional y B Metropolitana, la lista de inscriptos en AFA alcanzaba un total de 103 instituciones, sólo por debajo de Turquía, con 126; e Inglaterra, con 111. En la actualidad, si se contemplan todas las categorías remuneradas -Liga Profesional, Primera Nacional, B Metropolitana, Primera C y Federal A-, la cifra de clubes registrados asciende a 123. En Primera D, marginadas por el amateurismo, asoman otras catorce instituciones. En medio del debate por las alternativas para la reanudación de la actividad, las posibilidades para la vuelta a los entrenamientos y la problemática contractual de los y las futbolistas, más de 120 puertas de clubes, con su espíritu social como llave, se abren de par en par para recibir y albergar a quienes, con la mochila cargada de necesidades y dificultades, puedan precisar ayuda o contención. En diferentes rincones del interior del país y del Área Metropolitana de Buenos Aires, diversas instituciones deportivas, pero también sociales, han buscado, encontrado y ofrecido distintas opciones: desde ollas populares hasta campañas de donación de ropa y alimentos. Con la maquinaria del fútbol en stand by, los cuerpos técnicos y planteles sumergidos en videollamadas y los escritorios dedicados a la elaboración de protocolos repletos de recomendaciones pero carentes de certezas, se habilita el cambio: sale el fútbol y entran a la cancha la solidaridad, el acompañamiento social, el trabajo comunitario y la raíz de ese árbol al que siempre se le mira sólo la copa. Los clubes, más allá de los fines de semana, existen por y para su gente. Y ese, aunque no parezca, es un partido que nunca deja de jugarse. Y en el contexto actual, es una final todos los días.
En 1998, antes de desembarcar en la política de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para fortalecer su imagen y finalmente dar el salto a la presidencia de la Nación, Mauricio Macri era el hacedor de un meteórico desarrollo cualitativo y cuantitativo en Boca Juniors: crecimiento económico, patrimonial, deportivo y comercial. Tras un intento fallido por aterrizar con sus capitales en Deportivo Español, vía financiación del fútbol, logró proponer su proyecto para que el estatuto de AFA admitiera, además de las entidades civiles sin fines de lucro, la caratula de las SAD: Sociedades Anónimas Deportivas. Macri, durante meses y antes de la realización de la Copa del Mundo de Francia 1998, había perseguido a Julio Humberto Grondona para que le permitiera plantear su iniciativa en el Comité Ejecutivo de Viamonte. Quien fuera mandamás de la Asociación del Fútbol Argentino durante 35 años, finalmente, le dio el sí y le puso fecha a la reunión: 20 de julio, Día del Amigo. ¿Paradoja? Puede ser. Aquella tarde, tras la exposición del entonces presidente de Boca, en la que fundamentó las razones por las cuales los clubes deberían abandonar las manos de sus socios para pasar a las de algún grupo empresario, las que no encontraron ninguna otra con la cual estrecharse fueron las del propio Macri. El único voto a favor de su idea fue el suyo. Y Grondona, cuenta la historia, le dijo por lo bajo: “Perdimos, Mauricio”.
Antes, en 1981, Amalia Lacroze de Fortabat invirtió para que Loma Negra, el equipo olavarriense homónimo de su empresa cementera, jugara en Primera División: el experimento duró tan sólo un año y su máximo hito fue un amistoso ante la Selección de la Unión Soviética. En 1990, la siderúrgica Siderca puso sus pies en Villa Dálmine, club tradicional de Campana, para cambiarle el nombre y hacer a un costado su historia: su gente no lo permitió y, al tiempo, el Viola volvió a sus raíces. En la temporada 1993/1994, Torneos y Competencias, por entonces propietaria de los derechos televisivos del fútbol, se hizo con el gerenciamiento de un maltrecho Argentinos Juniors y, aunque suene increíble, lo llevó a jugar de local en Mendoza, a más de 900 kilómetros de La Paternal. También en 1994, Eduardo Seferian, propietario de la empresa textil Tipoití y fundador y primer presidente de Deportivo Mandiyú de Corrientes, le entregó los destinos del club a Roberto Cruz, en aquel momento diputado nacional y director del Ceamse. El flamante dueño de la institución pateó el tablero con la contratación de un entrenador que, aunque recién le habían cortado las piernas en el Mundial de Estados Unidos 1994, todavía no se había divorciado de su condición de jugador: Diego Maradona. ¿El resultado final de esa historia? Mandiyú perdió la categoría, por su situación económica tuvo que fusionarse con Huracán de Corrientes para afrontar aquella temporada del Nacional B y, más tarde, el club quebró, desapareció y estuvo inactivo desde 1995 hasta 2010. Los antecedentes de manos privadas en los cajones del patrimonio de los socios y las socias son, tal vez, el mejor método para interpretar y releer las experiencias vividas por los clubes sociales transformados, circunstancialmente, en sociedades deportivas. Los y las hinchas de Racing de Avellaneda, quizá, tengan más de un fundamento para explicar la importancia de ser eso que rezaba la frase en la camiseta de la Academia, allá por 2015, tras el corrosivo manejo de Blanquiceleste S.A.: “Dueños de una pasión”.
Es cierto que los clubes, para ayudar, también necesitan ayuda. Ferro Carril Oeste fue el primero en solicitarle asistencia al Estado, que no miró para otro lado y, al igual que las instituciones sociales en este escenario adverso, dijo presente. El programa Repro –Programa de Recuperación Productiva-, inicialmente orientado al apoyo económico a Pymes, aceptó el pedido de aquellos clubes que siguieron la línea del Verdolaga de Caballito. Además, Matías Lammens, a través del Ministerio de Turismo y Deporte, lanzó el programa Clubes en Obra, destinado a mejorar la infraestructura de diversas instituciones deportivas y sociales de todo el país mediante una inversión cercana a los 500 millones de pesos. Esto se sumó a la iniciativa RED –Recuperación de Entidades Deportivas-, llevada adelante por la Secretaria de Deportes de la Nación: un esquema de subsidios de hasta 60 mil pesos al cual ya accedieron más de dos mil clubes de barrio. “Todos los argentinos y argentinas sabemos la importancia que tienen los clubes y el rol que desempeñan”, aclaró Lammens al momento de anunciar estas medidas. Pero ¿realmente lo sabemos? Por si acaso, nunca está de más recordarlo.
El aislamiento social, preventivo y obligatorio, de una forma u otra, le dio reinició a un partido que nunca termina y a un torneo del cual los clubes siempre participan: ese en el que se pone en juego el valor y significado de la palabra que muchos, casi todos, llevan entre las iniciales de sus escudos. Chaco For Ever, Alianza de Cutral Có, Sol de Mayo, Camioneros, Estudiantes de Río Cuarto, Belgrano, Talleres e Instituto de Córdoba, Juventud Unida y Estudiantes de San Luis, Olimpo de Bahía Blanca, Sportivo Las Parejas, Almirante Brown de Lules y Guillermo Brown de Puerto Madryn son sólo algunas de las instituciones que, a lo largo y ancho del país, salieron a mostrar y demostrar de qué se trata eso de ser sociales, además de clubes. Talleres de Remedios de Escalada, All Boys, Argentinos Juniors, Vélez, Ferro Carril Oeste, Nueva Chicago, Dock Sud, Lanús, Gimnasia y Esgrima La Plata, Villa San Carlos, Cambaceres y muchos otros, en Buenos Aires y Ciudad Autónoma de Buenos Aires, también se pusieron la camiseta social, que no es la misma que utilizan las sociedades.
El coronavirus vino a llevarse puesto el fútbol, pero trajo algo mucho más valioso que tres puntos o una clasificación a una copa. Ganar el partido social representa, en el torneo de la identidad y la importancia de los clubes en la sociedad, la posibilidad de dejar de manifiesto, una vez más, que los clubes son sociales, por y para la sociedad, y no sociedades para unos pocos. Porque, en época de pandemia y aunque no ruede la pelota, los clubes juegan el campeonato que jamás dejan de jugar y para el que, en esencia, fueron fundados: ser sociales. Y ahora, en cuarentena, aún más.