No nos quiten el Federal

Solo los pueblos distantes de la capital conocen el cálido y fraternal abrazo del provinciano.

Aquel que recorre el país -deportivamente hablando- en un micro destartalado, haciendo horas e incluso días de distancia, detrás de una ilusión. Recorriendo poblados distantes sin caer en el abanico de la otrora línea férrea.
Salirse por un rato de esa linealidad centralista es cuanto menos despertar. Aquí la realidad suele ser tan distinta, como distante.

Recorrer la geografía nacional de norte a sur, de este a oeste, implica un enorme esfuerzo que va incluso más allá de lo deportivo. Los clubes que llegan a instancias decisivas deben hacer frente a erogaciones aún mayores. Lo cual equivale a decir, que muchas veces, hacer una gran campaña y quedarse en la puerta del ascenso, es más que una simple desilusión. Ese es pues el gran dilema de los clubes del interior. Embarcarse en una empresa deportiva deficitaria donde el premio mayor solo lo llevaba uno, de no sé cuantos cientos. El torneo en sí casi siempre fue paradójico. Entusiasmarse implicaba endeudarse.

Esto si bien era previsto de antemano, generalmente la dirigencia ante un resultado auspicioso quedaba atrapada en la premura del hincha, que demandaba continuar. Abstraerse de esa suma de pasiones es casi imposible, con lo cual la dificultad económica había que suplirla como fuera. De ese modo, cuestiones de índole sustancial pasaban al subsuelo de las discusiones dirigenciales, que solo atinaban a ver la foto de la actualidad. Si bien es cierto que este campeonato, abordado por una heterogeneidad de regiones y clubes tan diversos, demandaba -como se dijo- un salto de calidad. No es menos cierto que su forma de disputa y su raigambre amateur lo ponían en un sitial donde solo cabía una noción posible: la del pago chico. Esa simbiosis notable que logra despertar este certamen, no tiene precio. En el fondo no deja de ser un milagro de la cultura deportiva que atraviesa los sentimientos más profundos de arraigo.

Acá, encontrarse con otros clubes era descubrir otro mapa. Hallarse en la idiosincrasia ajena sabiéndose tan importante como el rival. El Torneo del Interior era la posibilidad errante de figurar en el concierto geográfico del país. Darse el gusto de estar situado. En ese afán se involucraban dirigentes y público en general. Todos y cada uno, al fin y al cabo, soñando con llegar a trascender y despertar esa forma necesaria de identidad. Por eso aquí los sueños sí suelen ser quijotescos. Atraviesan todas las latitudes del extenso territorio nacional y logran despertar un genuino anhelo, el de la representación. Pues también, al fin de cuentas, llegar a una final no deja de ser un logro deportivo de la propia comunidad.

Federico Gómez – Docente de nivel medio en Posadas, Misiones.

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